Dado el papel clave que tiene el lenguaje en la configuración de los mensajes culturales y sociales, la adopción de normas que incluyan la igualdad de género es una forma poderosa de luchar contra los prejuicios en los comportamientos, actividades y atributos que cada sociedad considera apropiados para los hombres y las mujeres.
El lenguaje que incluye el género, o el lenguaje neutral al género, es un lenguaje que evita el sesgo hacia un sexo o género social en particular y, por lo tanto, es menos probable que transmita estereotipos de género.
En el uso del idioma inglés, el uso de sustantivos o pronombres masculinos de manera genérica fue una práctica estándar hasta la década de 1970, cuando el movimiento de mujeres lo desafió. Desde entonces, al «descubrir la naturaleza de género de muchas reglas y normas lingüísticas»[1], las lingüistas feministas contribuyeron a la adopción más amplia de un lenguaje neutro en cuanto al género para transmitir la inclusión de todos los sexos o géneros.
En el caso del español, además de que el lenguaje no hace diferenciaciones tácitas cuando se utiliza el determinante posesivo «su» (como en el caso de her o his en el idioma inglés), hay que comprender que la sociedad ha marchado a lo largo de su historia con una consciencia, o inconsciencia si se le quiere llamar, de que es el hombre, el varón, quien pone los puntos sobre las íes.
La tendencia por hacer más incluyente al lenguaje ha sido, sin lugar a dudas, una actitud sin estrategia. Por ello se han generalizado grafías totalmente absurdas, como la sustitución de las «a» o la «o» con el símbolo de arroba (@) en las palabras en las que se «desea ser inclusivo». En otros casos se ha optado por la «equis» (x). Palabras impronunciables que ensucian el lenguaje y solo responden a propuestas demagógicas normalmente impulsadas por el gobierno o asociaciones.
Y para quienes promueven con vehemencia estas prácticas de desdoblamiento del lenguaje en masculino y femenino como una innovación, sépase que esta ha sido una práctica que incluso se observa en El Cantar de mio Cid, la gesta anónima que relata hazañas heroicas del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar el Campeador, con más de 800 años de historia.
Los sustantivos en español pueden ser masculinos o femeninos. Cuando el sustantivo designa seres animados, lo más habitual es que exista una forma específica para cada uno de los dos géneros gramaticales, en correspondencia con la distinción biológica de sexos, ya sea por el uso de desinencias o sufijos distintivos de género añadidos a una misma raíz, (gato/gata, profesor/profesora, nene/nena, conde/condesa, zar/zarina); o bien, por el uso de palabras de distinta raíz según el sexo del referente (heteronimia), como ocurre en hombre/mujer, caballo/yegua, yerno/nuera; no obstante, son muchos los casos en que existe una forma única, válida para referirse a seres de uno u otro sexo: es el caso de los llamados «sustantivos comunes en cuanto al género» y de los llamados «sustantivos epicenos». Si el referente del sustantivo es inanimado, lo normal es que sea solo masculino (cuadro, césped, día) o solo femenino (mesa, pared, libido), aunque existe un grupo de sustantivos que poseen ambos géneros, los denominados tradicionalmente sustantivos ambiguos en cuanto al género. [2]
Como bien dice la lingüista, filóloga, investigadora y académica mexicana de origen español, Concepción Company:
«La pelea no está en el lenguaje, está en hechos sociales. Quiero tener el mismo acceso a la educación. La igualdad no está en que me digan presidenta de la comisión equis, me da igual si me dicen presidente o presidenta, lo que quiero es que me paguen igual si soy igual de buena, y que me paguen mejor si soy mejor, ahí es la pelea, que no haya brecha salarial».
Se ha desatado una fiebre populista, especialmente de oradores, políticos y otros bichos raros, por hacer un lenguaje inclusivo donde se apela a «los y las mexicanas»; «los votantes y las votantes». ¿Se imaginan si un poeta o compositor adoptara este estilo rompe-versos, demagogo y superfluo?
La mención explícita del femenino, sumada a la del masculino, solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, como los mexicanos y las mexicanas, o los ciudadanos y las ciudadanas, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.[3]
Y bueno, no faltará quien quiera llegar más lejos y se pregunte por qué en todo caso se menciona primero a «los» y luego a «las». Y quizás hasta nos recuerden la popular frase que señala una infracción (por no decir violación) de cortesía verbal: «el burro por delante». ¿Entonces sugerirán que lo correcto e inclusivo sea «las y los»?
Concepción Company, opina que la labor en la que muchas mujeres (incluida ella misma) han hecho para democratizar el lenguaje incluyente es una tarea superficial.
Para ella es una lucha digna, sin embargo, se ha dado cuenta de que esa pelea no está en el lenguaje, está en hechos sociales:
«Quiero tener el mismo acceso a la educación, la igualdad no está en que me digan arquitecta o que me digan presidenta de la comisión equis, me da igual si me dicen presidente, presidenta, o me dicen oye tú.
«La pelea, si soy mejor, es que no haya brecha salarial. El español cuenta con herramientas para empoderar a la mujer, y si quieren empoderarse, usen solo femenino, el femenino es el género gramatical que excluye. Si yo digo estimadas todas o queridas todas, usted (varón) queda automáticamente fuera. ¿Queremos empoderarnos?, pues excluyámoslo. Con el femenino tenemos la herramienta perfecta en la lengua española que es usar solo femenino para excluir a los hombres, pero parece ser que no queremos excluirlos, queremos estar con ellos y estar a la par», señala la lingüista Concepción Company.
Y en cuanto a su opinión, acerca de cómo se comunican los jóvenes hoy en día en redes sociales, la investigadora señala:
«A mí me parece que no hay que asustarse, que el español goza de cabal salud, las redes están creando nuevos géneros textuales con nuevos mecanismos de código, y creo que no va a pasar nada, no va a pasar de las redes».[4]
Para muchos podrá sonar extraño, pero el objetivo de que se logre el respeto y la igualdad a las mujeres no lo van a solucionar las reglas gramaticales. Sería tanto como pensar que el racismo podría llegar a evitarse cambiando nuestras expresiones. Sí, deben cambiar, pero el éxito de esas metas no está en el lenguaje, está en la educación al interior del hogar donde crecemos, en las comunidades en las que convivimos.
De acuerdo a la investigadora Company, la mayoría de lenguas del mundo no marca género; la gran mayoría de lenguas amerindias es que ninguna tiene género; tampoco el finlandés tiene género, sin embargo, se señala que Finlandia es primer mundo, por eso ha eliminado históricamente las distinciones de género.
La investigadora pone otro elocuente ejemplo: «¿Usted cree que la lengua mixteca es igualitaria por carecer de género?, no; la convención matrimonial es que compran a la mujer, normalmente la piden a cambio, y si a la mujer le va bien valdrá unas 20 cajas de cerveza y una cabra o un cordero; y no solo eso, sino se la llevan a la casa de la suegra, ésa es la tradición y se vuelve prácticamente sirvienta de la suegra. La lengua no tiene género, pero esa sociedad es profundamente inequitativa para la mujer, al menos, desde nuestro punto de vista de mujeres de otra sociedad».[5]
Y concluye Concepción C:
«Entonces, hay lenguas con dos géneros como el español, con algunos residuos de neutro; hay lenguas con tres géneros: masculino, femenino, neutro, como el latín; hay lenguas con cuatro o más géneros que marcan masculino, femenino, neutro, masculinos animados, femeninos animados, como el polaco; o sea, es totalmente arbitrario, no tiene que ver con la distinción de sexos ni con igualdad entre sexos».[6]
En todo caso, si queremos contribuir a que nuestras expresiones verbales sean más incluyentes y no discriminatorias, es posible tomar en cuenta las siguientes dos recomendaciones:
– Genérico Universal
Evitar generalizar en masculino para hablar de grupos en los que existen hombres y mujeres. ‘La juventud’, en lugar de ‘los jóvenes’; o ‘antes la humanidad escribía con jeroglíficos’, en lugar de ‘antes el hombre escribía con jeroglíficos’; también ‘la redacción’, en lugar de ‘los redactores’; pongan a trabajar el cerebro en lugar de buscar atajos inútiles e irreverentes para el lenguaje.
– Profesión u ocupación
No todas las profesiones tienen un término en femenino, en algunos casos incluso puede sonar extraño, pero consultarlo en un buen diccionario es un buen comienzo para darle su debido lugar a quienes lo merecen y, finalmente, la repetición hace la moda.
Sí, puede sonar raro, puede sonar incluso mal, y definitivamente no siempre es fácil, pero al menos eso sí se vale.
Porque colocar en una palabra la arroba, la equis o la letra e para sustituir una vocal y pretender ser inclusivo es más bien un error garrafal.
[1] Anne Pauwels (2003). “Linguistic Sexism and Feminist Linguistic Activism” Oxford. Blackwell Publishing.
[2] Diccionario panhispánico de dudas 2005
[3] «Los ciudadanos y las ciudadanas», «los niños y las niñas». Español al día. Real Academia Española
[4] Entrevista a la Dra. Concepción Company. Universidad de Guadalajara (UdeG). 2019
[5] “La gramática no tiene sexo, no es ni incluyente ni excluyente”: Entrevista de Concepción Company para la revista digital www.zetatijuana.com. Abril 2019